Como lidiar con nuestro estrés financiero sin morir en el intento

¡Quien iba a imaginar que llegaríamos a esto…!” Ya perdí la cuenta de las veces que escucho esta frase en la calle, el trabajo, las colas, entre amigos o desconocidos; dicha siempre con tristeza, angustia e incredulidad, como cuando nos sorprende un desastre natural. Y es cierto que Venezuela ha sido devastada por un huracán rojo que desmembró familias, pervirtió la sociedad y arruinó su economía. La gente vive preocupada y alarmada por situaciones económicas estresantes: inflación, altos costos, sueldos irrisorios, aprietos para satisfacer necesidades básicas y gastos habituales, pérdidas inesperadas de ingresos o bienes, gastos imprevistos, deudas, gastos nuevos por cuidado de enfermos, desempleo, inestabilidad laboral, pobreza, bancarrota y una total inseguridad social y jurídica. Independientemente de que los problemas económicos se deban a nuestra propia mala administración o se deban a factores externos, el resultado es estrés financiero.

Cuando nuestras circunstancias varían de “tener algo” a “no tener casi nada” (como le pasa al venezolano común y decente), experimentamos cambios que quitan calidad de vida: deterioro nutricional, disminución de la higiene personal y ambiental, desgaste o pérdida de bienes por no poder mantenerlos o repararlos, menor acceso a la salud y a la educación, mayor restricción para la recreación, servicios y confort moderno. El empobrecimiento gradual nos hace sentir angustia, rabia y desaliento. Dormimos y comemos mal, sentimos inquietud, tensión, síntomas extraños y nos preocupamos en exceso.

A diferencia de la preocupación sana, que ayuda a generar acciones positivas de solución de problemas, la preocupación excesiva y duradera es inútil pues distorsiona la manera de pensar y paraliza: percibimos sólo el lado negativo de las cosas, anticipamos situaciones infortunadas y exageramos el riesgo de peligro. Antes de que suceda algo ya esperamos lo peor, presagiamos lo horrible que resultará todo y nos vemos incapaces de solucionarlo. Si esperamos cosas negativas vamos a pensar, sentir o comportarnos de modo irracional: tomamos malas decisiones debido a la sensación de urgencia o al miedo, nos paralizamos por exceso de cautela o reaseguramiento, intentamos evitar o evadir sin éxito los problemas y sufrimos los síntomas del estrés financiero.

¿Qué es el estrés financiero y cuáles son sus consecuencias?
El estrés es la reacción automática del cuerpo ante cualquier situación que amenaza el equilibrio físico o mental. El estrés financiero es esa reacción ante problemas económicos, casi siempre impredecibles o incontrolables, que amenazan cambios o pérdidas.

La percepción de amenaza provoca la secreción aguda de hormonas del estrés que enciende el sistema de alarma del cuerpo y lo prepara para la lucha o la huida. La alarma nos mantiene alertas y nos activa para tomar acciones que resuelvan la situación y se apaga cuando desaparece la amenaza, pues nuestro cuerpo no está diseñado para estar en activación y alerta permanente. Cuando se acumulan a diario situaciones negativas que no terminan de solucionarse, el estrés pasa a otras fases que comprometen la capacidad del cuerpo para recuperarse y defenderse. Si el estrés dura mucho tiempo, hay desgaste psicofisiológico y eventual colapso orgánico, ya que la secreción crónica de hormonas del estrés suprime el sistema inmune, reduce las defensas, altera el metabolismo y desordena rutinas habituales como dormir, comer, disfrutar, trabajar y socializar.

El estrés crónico lleva a problemas como ansiedad, depresión, suicidio, abuso de alcohol y/o drogas, trastornos del sueño, somatización, hipocondría y mayor conflictividad marital y familiar. Tener deudas o aprietos económicos aumenta tres veces el riesgo de ansiedad y depresión. La ansiedad aparece como trastorno de pánico, con crisis de pánico repentinas e inesperadas (palpitaciones, opresión torácica, dificultad para respirar, atragantamiento, sensación de catástrofe inminente, miedo a morir) que producen temor a nuevas crisis y evitación de salir de casa. También puede presentarse como ansiedad generalizada, difusa y persistente, preocupaciones exageradas y pensamientos catastróficos, intranquilidad, insomnio, sudoración, temblor y tensión muscular. La depresión se manifiesta como un decaimiento inexplicable, falta de energía, desánimo, irritabilidad, problemas de sueño y apetito, cansancio, desinterés, dolores generalizados, desesperanza, indecisión, conductas de riesgo y pensamientos de muerte, impotencia, ruina e incapacidad personal. Ni la ansiedad ni la depresión deben tomarse a la ligera, pues afectan todo el cuerpo y no mejoran sólo con fuerza de voluntad o cambio de actitud. Suelen presentarse juntas y sin tratamiento oportuno causan mucho sufrimiento e incapacidad socio-laboral y familiar.

El desbalance físico y emocional del estrés duradero también empeora las condiciones de salud física al aumentar el riesgo de enfermedades, lesiones, infecciones recurrentes, recaídas, alergias y procesos cancerígenos. Otros trastornos que emergen o empeoran con el estrés son la hipertensión arterial, enfermedad coronaria, infarto de miocardio, diabetes mellitus, enfermedad cerebro-vascular, ACV, problemas tiroideos, obesidad, úlcera péptica, colitis ulcerativa, colon irritable, asma bronquial, psoriasis, acné, artritis, enfermedades autoinmunes, fibromialgia y envejecimiento prematuro.

Y entonces, ¿cómo podemos lidiar con el estrés financiero?
  1. Ser más activos y menos reactivos:
Una persona activa enfoca sus esfuerzos en las cosas sobre las que puede hacer algo, analiza, planifica, anticipa situaciones y busca las soluciones apenas aparece un problema. Una persona reactiva vive reaccionando a los problemas luego de que suceden, no analiza antes de actuar, se preocupa por circunstancias externas sobre las que no tiene ningún control; pierde tiempo y energía en quejarse o criticar en lugar de buscar soluciones realistas. Las circunstancias y las pasiones no deben seguir coloreando nuestras decisiones; es más útil elegir qué hacer de modo consciente y voluntario en lugar de seguir reaccionando automáticamente (con agresividad, desesperación o miedo). He aquí algunas acciones de personas activas:
  • Identificar los estresores: Reconocemos situaciones concretas que nos preocupan e inducen estrés. Anotamos qué eventos podemos cambiar o controlar nosotros mismos y cuáles dependen de factores externos a nuestra voluntad; analizamos si es urgente o importante su resolución y qué podemos hacer para resolverlas.
  • Aceptación y cambio: Cuando nuestras circunstancias desmejoran tendemos a llorar, patalear y resistirnos inútilmente, sin aceptar que no podemos hacer nada para cambiar lo que ya ha sucedido. La aceptación es una herramienta para dejar de malgastar energía chocando contra una realidad que no nos agrada. Aceptar no es resignarnos, ser pasivos o ser conformistas; se trata de asumir la realidad de circunstancias que no podemos cambiar ni controlar. Pero aceptar también implica estar dispuestos a cambiar las cosas cuando el cambio depende de nosotros, aun si nos resistimos al cambio o tenemos miedo de cómo podrían resultar.
  • Evaluar la situación: Definir la situación real de nuestras finanzas, detallando todos los ingresos (sueldos, pensión, bonos, horas extras, “marañas”) y todos los gastos (casa, servicios, mensualidades, seguros, transporte, comida, ropa, salidas, etc). Hay que saber el dinero exacto que entra y que sale, en qué gastamos, en qué invertimos y el monto de deudas. Analizar los hábitos de consumo y gastos ayuda a jerarquizar obligaciones económicas prioritarias e identificar los gastos a recortar.
  • Elaborar un presupuesto: Estimar previamente ingresos y gastos en un país con inflación progresiva no es sencillo, pero el presupuesto es una guía necesaria para tener control de las finanzas haciendo un plan de gastos razonable, chequear que el monto destinado a un rubro no se desvíe de otro indispensable y no incurrir en consumos innecesarios.
  • Hacer los ajustes necesarios: No basta con recortar gastos para aliviar la crisis; hay que reorientar los hábitos de consumo: pensar qué podemos costear y qué no, ser cautelosos, buscar alternativas realistas que nos permitan cuidar lo que ya tenemos, no contraer nuevas deudas para pagar otras, pedir un préstamo sólo para emprendimientos productivos, no gastar todos los ahorros, no arriesgar bienes sin necesidad, no comprometer nuestro patrimonio ni hipotecar el futuro. Hacer el mantenimiento de la casa, vehículo o equipos para no tener que gastar más por reparaciones o reposición. Cuidar los activos que puedan servir para generar ganancias. Incluso aprender nuevos oficios y diversificar ingresos.
  • Actuar “como si”: Es una herramienta para emprender acciones más positivas hasta que realmente podamos cambiar lo que sea necesario cambiar. Actuar “como si” es forzarnos a actuar como todo estuviera bien, como si los problemas fueran a solucionarse o ya estuvieran resueltos, como si supiéramos afrontar las cosas. No negamos que tengamos deudas, facturas sin pagar o problemas graves, sino que nos desprendemos de lo que ya no nos sirve: hábitos, actitudes, estilos negativos de pensar, miedos, dudas y preocupaciones. Sólo cuando soltamos lo inservible es que podemos actuar de otra manera, crear nuevas conductas y cambiar.
  1. Organizar nuestra vida cotidiana: El estrés nos lleva a vivir un caos en nuestro cuerpo, por lo que hay que tener pautas para crear o retomar estilos de vida saludables. La salud es nuestro activo más valioso: hay que mirar atentamente nuestro cuerpo y mente, buscando señales de estrés.; notar qué ha cambiado, qué síntomas físicos y mentales sentimos, cómo están nuestros hábitos cotidianos. Si hay que buscar ayuda médica, lo hacemos antes de que los problemas sean mayores. Aunque no nos guste es muy útil mantener disciplina respecto a:
  • Comidas: dieta balanceada, no saltarse comidas, respetar horarios y sitios para comer, hacer meriendas adecuadas (no picar)
  • Sueño y reposo suficientes: acostarse temprano, dormir 7-8 horas; no realizar actividades que alteran sueño nocturno (celular, computadora, videojuegos o mantener TV encendida), descansar lo necesario.
  • Ejercicio físico regular: 30-50 min/día es suficiente para liberar tensiones y mejorar el ánimo, así que lo practicamos con o sin ganas.
  • No consumir estimulantes: cafeína, teína, bebidas energizantes drogas ni alcohol.
  • Manejo adecuado del tiempo: no acumular pendientes, anticipar imprevistos, evitar prisas, no retrasar horas de reposo o recreación.
  • Balance vida-trabajo: No está bien vivir sólo para trabajar ni trabajar sólo para comer; hay que dedicar tiempo a cultivar las relaciones familiares y sociales, y aprender a disfrutar del ocio y del entretenimiento. Debemos involucrarnos más con la familia y hablar de los problemas, ver a los amigos, realizar actividades compartidas como juegos, deportes o salidas, participar en la comunidad, flojear un poco sin sentir culpa, desarrollar hobbies, relajarnos, meditar y reír.
  1. Buscar la ayuda necesaria: Muchas veces simplemente no podemos solos, por lo que cuando sea necesario buscamos ayuda competente para lidiar con los problemas, sea de un asesor financiero, un psiquiatra, un médico, un sacerdote o pastor, etc.
La sensación de crisis nos lleva a querer hacer cualquier cosa, sin estar claros en el camino a seguir. No podemos dejar que la urgencia, el miedo o la incertidumbre nos controlen o nos lleven a malas decisiones. No tenemos que pretender saber algo o hacer algo o tomar decisiones antes de tiempo. La salud y bienestar dependen de la capacidad de adaptación. Para recuperar el bienestar tenemos que aceptar la realidad tal como es, no como nos gustaría que fuera y hacer lo que nos toca hacer sin desperdiciar energía, sin enfermarnos y sin morirnos en el intento.

Dra. María Elena Sánchez   @psiquiluz
Médico Psiquiatra