Colorín,
colorado…
Desde
que el régimen de Nicolás Maduro decidió que a troche y mocha
debía instaurar su ilegítima Asamblea
Nacional Comunista (ANC) se plantearon que para lograr ese objetivo:
primeramente manipularían la data a través del carnet de la patria,
en segunda instancia que debían amenazar a todo el que recibiese las
migajas sociales del régimen para que fuesen a votar y finalmente
que activarían ese mamotreto que ellos llaman partido político para
que se valiera de los múltiples cedulados, la usurpación de
identidades de electores fallecidos y la sustitución de migrantes a
los que no se les ha permitido actualizar su dirección.
La
realidad fue que al final del día, sin ningún prurito, la madama
que regenta la mancebía en que se ha convertido el ministerio
electoral anunció el número que tenía previsto así solo hubiesen
participado los candidatos y sus familiares, por cierto creo que fue
lo ocurrido si consideramos la esmirriada asistencia a los centros
electorales. El fraude fue tan burdo que desecharon el balcón del
pueblo y decidieron hacer una reunión de amigos en la plaza Bolívar
de Caracas que no pudieron llenar ni con los múltiples escoltas ni
con Los Gremlins que supuestamente fueron a votar.
A
partir de ese momento y luego de develado tan descomunal fraude,
ver la conchupancia de los poderes públicos
para contribuir a la trampa electoral y la
irresponsable actitud de los militares de apañar el timo cometido,
me había planteado, sin apasionamientos, escribir mis
consideraciones sobre si la oposición debía o no participar en las
elecciones regionales.
Los
golpistas y los guerreros ninjas
Pero
2 hechos me hicieron cambiar de parecer. El primero sentir en carne
propia la represión oficial, saber que pudiste ser exterminado por
unos esbirros que no tienen honor ni se les divisa la honra y que,
por ahora, solo engrosaste las estadísticas de los heridos en las
protestas y el segundo la instauración de la dictadura asamblearia
militarista.
No
imaginé que esta asamblea comunistoide se instalaría sin la menor
resistencia, menos que serían tan torpes como para no guardar
ninguna forma, que de golpe y porrazo se echarían al pico a la
fiscal general Luisa Ortega Díaz, que nombrarían al defensor de los
esteroides para que usurpara funciones en el ministerio público, que
se abrogarían las funciones legislativas de la Asamblea Nacional,
que decidirían funcionar hasta agosto de 2019 (luego de iniciado el
próximo periodo presidencial), que 535 usurpadores constituyentes
serían mirones de palo, como quien dice levanta manos, mientras los
mismos de siempre entubaban las decisiones y que harían mucho más
que redactar el texto constitucional comunista.
Frente
a ese golpe de Estado que instituía abierta y definitivamente la
dictadura de Nicolás Maduro y sus cómplices era como para escribir
sobre el fin de la V República pero ocurrió que en solo horas esto
fue eclipsado por unas personas que llegaron al principal fuerte
militar del centro del país, tocaron la puerta, entraron como Pedro
por su casa, sustrajeron más de 100 armas y se desvanecieron como si
fuesen guerreros ninjas sin que el gobierno, que está presto a
derrotar cualquier ataque imperial, que tiene años preparándose
para la guerra, que se ha armado hasta los dientes y que entrenó a
“millones” de milicianos, se diera cuenta.
Se
acabó la república
Cuando
un país se debate entre participar o no en un proceso electoral que
está amañado y sin ninguna garantía porque el dilema es que te
roben la elección o que te la dejes arrebatar; que sabe que cuenta
con una fuerza armada incapaz de proteger a un cuartel militar pero
que se jacta de actuar como esbirros para eliminar (sin eufemismos) a
los ciudadanos por solo emitir una opinión, informar (los
periodistas somos objetivos militares) o ejercer el derecho a la
protesta.
Si
además ese mismo país enfrenta la instauración de la dictadura
asamblearia que concretó el golpe de Estado iniciado por Hugo Chávez
e hilvanado con sucesivas elecciones fraudulentas, con la designación
de unos abogados sin méritos como magistrados del TSJ, con la
sistemática castración de las funciones del Parlamento y con un
flamante presidente de la Asamblea Nacional que asevera que ellos
seguirán legislando normalmente como si todo estuviese normal, es
como para decir colorín, colorado… la república ha terminado y,
aunque cueste reconocerlo, sin posibilidades ciertas de recuperarla.
Llueve...
pero escampa
Miguel Yilales @yilales
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